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UNA CUESTION REAL Y SIMBOLICA

Por Elías Quinteros

Hace tres décadas, los hombres del Proceso de Reorganización Nacional, la dictadura cívico-militar que oprimía al país en ese momento, decidieron desembarcar en las Islas Malvinas, sin imaginar que esa aventura concluiría en un fracaso absoluto, doloroso y humillante. Este hecho —que tuvo la finalidad de prolongar la vigencia de esa dictadura, mediante la concreción de una causa nacional—, generó con el paso del tiempo un problema complejo e incómodo para más de un individuo y para más de un sector de la sociedad argentina: el de la utilización de una aspiración legítima del pueblo por parte de un gobierno que, al no ser democrático, sojuzgaba al sujeto de dicha aspiración. Por ende, si deseamos abordar este tema con el debido detenimiento y la debida profundidad, debemos separar ambas cuestiones. Innegablemente, el empleo de un anhelo noble, intenso y prolongado de los argentinos con un propósito tan espurio es un asunto cuestionable. Asimismo, la ineptitud demostrada al tratar de concretarlo al margen de la opinión de las mayorías merece un cuestionamiento similar, en concordancia con las conclusiones del Informe Final de la Comisión de Análisis y Evaluación de las Responsabilidades Políticas y Estratégico Militares en el Conflicto del Atlántico Sur o Informe Rattenbach, por el apellido del teniente general que presidió dicha comisión. Mas, el deseo de recuperar una parte del territorio de la República Argentina que fue tomado violentamente por Gran Bretaña es algo diferente. Quienes ocupan las islas en la actualidad, quienes sostienen política y económicamente a los que ejercen tal ocupación y quienes apoyan pública o privadamente a los que garantizan tal sostenimiento, no actúan de una manera desinteresada. Al contrario, todos defienden intereses: intereses de orden político, económico, militar, cultural, etc. Y, más allá de los procedimientos que son propios de cada época, todos pretenden satisfacerlos como aquellos que lograron satisfacer los suyos en los tiempos de la República Rivadaviana, la Organización Nacional, la Década Infame, la Revolución Libertadora, la Revolución Argentina, la Reorganización Nacional y el Menemato. Esto último significa que la presencia de una fuerza militar de carácter extranjero en las islas no sólo configura un hecho colonial en sí mismo. También constituye un símbolo del colonialismo en general, es decir, del colonialismo que aún afecta a la Argentina, en más de un aspecto, a pesar de lo realizado en pos de una independencia cierta y plena.
Desde una perspectiva fáctica, el enclave colonial de las Malvinas se encuentra situado en el extremo sur del Océano Atlántico. Sin embargo, desde una perspectiva simbólica, se halla emplazado en más de un sitio. Así, está presente en cada lugar que aparece como un reducto del poder colonial y, por ende, del poder imperial que limita o amenaza con limitar el crecimiento y la autonomía de la nación. Tal presencia emerge con una dosis variable de claridad, en la realización de cada actividad que implica la respuesta a un interés, que no satisface exclusiva o prioritariamente una necesidad o una conveniencia de la Argentina. Y, al hacerlo, impone un desafío de difícil resolución. Ningún gobierno puede aspirar con seriedad a resolver la cuestión de las Malvinas, sino no tiende simultáneamente a resolver las situaciones equivalentes a la del archipiélago, por su naturaleza colonial o semicolonial, que existen dentro de las fronteras de nuestro país e, incluso, dentro de las fronteras de nuestro continente, sin el apoyo de la sociedad argentina y la colaboración de las administraciones y las sociedades latinoamericanas. Hace un siglo, más o menos, nadie podía establecer una diferencia real entre la condición de la República Argentina y la condición de las islas. Unicamente, una cuestión formal diferenciaba las dos situaciones. La primera exhibía la apariencia de un Estado independiente. Y, por ello, contaba con un gobierno, una bandera, una moneda, etc. Por su parte, las segundas no gozaban de ninguno de las prerrogativas enunciadas. Y, por esta razón, mostraban la realidad de su condición sin ningún disimulo. Hoy, en cambio, el escenario es diferente. Nuestro país, como en las épocas de Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, apuesta a un desarrollo autónomo. Y, como consecuencia de esta apuesta, desteje día a día, hora a hora, la telaraña de intereses que aún lo maniatan en más de un sentido.
Sin lugar a dudas, la actitud de Cristina Fernández respecto de este problema, tanto en lo interno como en lo externo, es correcta. Al analizarla, notamos que la misma trasluce la reivindicación del sentimiento nacional y popular que irrumpió de un modo incontenible, en medio de una sociedad sometida y explotada, con la recuperación del archipiélago por parte de los integrantes de las fuerzas armadas. Trasluce el establecimiento de una distinción entre el significado de dicho acontecimiento y la intencionalidad de unos militares antidemocráticos, golpistas y genocidas que fueron incapaces de enfrentar a un ejército de verdad, ya que el adoctrinamiento y el entrenamiento que los había formado en el marco de la doctrina de la seguridad nacional, sólo los había preparado para reprimir al pueblo con la excusa de combatir al terrorismo nacional e internacional. Trasluce la identificación con una línea de interpretación histórica que, entre otros hechos relevantes, ensalza la actuación del ejército de la Confederación Argentina contra las fuerzas anglofrancesas, en la batalla de la Vuelta de Obligado: un ejército popular y nacional de espíritu sanmartiniano que defendió la soberanía de la nación ante los embates de una flota colonialista. Y, por último, trasluce la percepción de las similitudes que vinculan al enemigo que nos derrotó en el extremo sur del mundo; con el que procuró anexar el territorio del Virreinato del Río de la Plata en 1806 y 1807; con el que combatió la política de Mariano Moreno, Manuel Dorrego y Juan Manuel de Rosas; y con el que consiguió destruir el Paraguay que era gobernado por Francisco Solano López: un héroe trágico del continente que figura legítimamente en la Galería de los Patriotas Latinoamericanos.
Aunque algunos procuren minimizar lo sucedido, la provocación británica es más que obvia. Dicha provocación tiene un propósito: el de hacernos pisar el palito para que quedemos encerrados, a semejanza de un pájaro incauto, entre los barrotes de su trampera; y para que, en consecuencia, quedemos expuestos ante la comunidad internacional, como una nación militarista, expansionista y colonialista que trata de apoderarse de un territorio que no le pertenece. Quienes manejan los asuntos del reino, no obstante la decrepitud de éste, conservan las mañas de sus antecesores, de los que edificaron un imperio de alcance planetario y, luego, retrasaron el derrumbe del mismo, de una manera extraordinaria. Por eso, debemos respetarlos. No debemos cometer la equivocación de subestimarlos. O, expresado de otro modo, no debemos permitir que sus nubes de humo nos distraigan, que sus bravuconadas nos asusten y que sus cantos de sirena nos seduzcan. En más de una ocasión, a lo largo de la historia, padecimos los efectos de sus manos: tanto de la que acaricia como de la que golpea, tanto de la que practica la diplomacia como de la que practica la guerra, tanto de la que trae manufacturas e inversiones como de la que trae navíos, cañones y soldados. Hoy, la situación mundial favorece nuestra posición. Las naciones de Latinoamérica y del Caribe apoyan nuestro reclamo, tras comprender que la ocupación de las Malvinas no es un problema de la República Argentina, sino un problema del continente: un problema que contribuye a mantener viva la presencia del colonialismo en un escenario geográfico que lo sufre con altibajos, desde hace cinco siglos. En líneas generales, la comunidad internacional siente que estamos ante una rémora del pasado que, a pesar de los que están empeñados en preservarla, contradice la evolución del mundo. Y Gran Bretaña, más allá de las declaraciones y de las actitudes públicas que tratan de aparentar lo contrario, sabe con certeza que la prolongación de su despojo, uno de los pocos que aún subsisten, sólo reconoce una razón: la del uso del poder militar y, por ello, la del ejercicio de la fuerza.
Lo dicho hasta este punto, una serie de apreciaciones que no tienen la virtud de la originalidad, no niega la existencia de voces que, por una diversidad de motivos conscientes e inconscientes, coinciden con los propagandistas de las posturas imperiales. Por ejemplo, hace unos días, en el artículo titulado ¿Son realmente nuestras las Malvinas?, Luis Alberto Romero sostuvo la necesidad de tomar en consideración la voluntad de los isleños. Y, posteriormente, en el documento denominado Malvinas: una visión alternativa, el autor ya citado y otros representantes del pensamiento local, como Pepe Eliaschev, Fernando Iglesias, Santiago Kovadloff, Jorge Lanata, Marcos Novaro, Hilda Sábato, Beatriz Sarlo y Juan José Sebreli, defendieron la autodeterminación de esos isleños. Pero, estas personas que suelen definirse como intelectuales, creyendo que ello las convierte en las integrantes de una élite que merece la veneración de la sociedad, ya no provocan ninguna inquietud al cuestionar el tratamiento oficial de este tema; ni al proceder con agrado como exponentes de un cipayismo vernáculo: expresión que no involucra una calificación, sino una descripción que trata de ser realista, conforme los cánones del pensamiento jauretcheano. De una manera llamativa, sólo generan una cuota de estupor al argumentar a favor de los malvinenses, con un estilo y un razonamiento pobrísimos, como si aquellos fuesen parte de una población originaria, en lugar de un asentamiento que fue implantado en ese sitio, por medio de un acto violento e ilegítimo. Manifestaciones de esta clase —que sugieren o postulan con una liviandad asombrosa, que la intención de imponer a los habitantes de las islas una soberanía que no goza de sus simpatías, configura una actitud obsesiva, avasallante y contraproducente que viola su modo de vida, en contraposición con lo estipulado en la primera de las Disposiciones Transitorias de la Constitución Nacional—, demuestran que los conocimientos que provienen de la filosofía, el derecho, la sociología, la historia, el periodismo y las letras no sirven de mucho, cuando los que sustentan dichos conocimientos pierden la brújula. Exponen con crudeza el divorcio que existe entre las ideas de estos y los planteamientos de la realidad. Y coinciden peligrosamente con los razonamientos británicos.
Mientras la ocupación ilegítima de las Malvinas se prolongue en el tiempo, la sociedad argentina tendrá una asignatura pendiente. Y, además, tendrá que convivir con la presencia de una fuerza militar de origen extranjero que puede controlar las costas continentales, el Pasaje de Drake y los hielos antárticos; que puede introducir armas nucleares en una zona que está exenta de ellas; y que puede garantizar el saqueo sistematizado de los recursos naturales de carácter renovable y no renovable que yacen bajo las aguas de la región. Una realidad tan evidente y, a la vez, tan preocupante, no necesita la implementación de actitudes patrioteras que comulguen con los ensueños impracticables de un nacionalismo abstracto o con las intenciones ocultas de una política mezquina. A diferencia de lo dicho, demanda la ejecución de una conducta seria, realista y práctica, como la realizada hasta ahora, que apunte a la concreción de objetivos precisos en el mediano y en el largo plazo. Del otro lado del océano, a miles de kilómetros de distancia, el Foreign Office piensa en sus movimientos futuros como si fuese un jugador de ajedrez que disputa un campeonato. Por esta razón, frente a un rival que está acostumbrado a confundir el entendimiento de sus adversarios con acciones engañosas, conviene recordar que todo, incluso lo más insignificante, debe contribuir a reforzar la posición internacional de la Argentina para que ésta, según lo resuelto por la Asamblea General de las Naciones Unidas, pueda arribar por la vía diplomática, a una solución que contemple sus pretensiones de una manera plena y definitiva.

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