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Los defensores del patrimonio nacional
Aportes para la construcción de un sentido histórico positivo en torno a la figura del combatiente de Malvinas.


Por Marcelo Javier Ghigliazza*

            A punto de cumplirse treinta años del inicio de la Guerra de Malvinas, se impone una reflexión sobre este hecho histórico que trascienda el lugar común de la condena de la guerra y de la dictadura militar que la provocó. Sin retirar críticas y valoraciones negativas plenamente justificadas de varios aspectos de este triste episodio, es necesario indagar en la búsqueda de ciertas dimensiones que contribuyan a construir un tejido simbólico que incorpore la gesta de Malvinas al proceso de reconstrucción de la nación y el movimiento popular. Un discurso articulador de prácticas que a su vez salde la deuda que tiene la sociedad argentina con los combatientes y le dé un sentido histórico positivo a su experiencia.    


Hacia una posible identificación social con los soldados

            Uno de los aspectos criticables de la guerra de Malvinas es el carácter ilegítimo de quienes tomaron la decisión de llevarla adelante. En efecto, la Junta Militar encabezada por el general Leopoldo Galtieri fue parte de una feroz dictadura militar que ejerció el Terrorismo de Estado sobre el pueblo argentino, con su nefasto repertorio de secuestros, torturas, robos, asesinatos y desapariciones. El objetivo último de esta masacre –plenamente cumplido– fue desarticular el movimiento popular, hacer desaparecer sus múltiples organizaciones sociales, políticas, político-militares, estudiantiles, gremiales, juveniles, etc., para poder de esta manera avanzar sobre las conquistas del pueblo argentino. En este sentido, las Fuerzas Armadas que asaltaron el poder del Estado en 1976, actuaron como un instrumento al servicio del capital, fueron la maquinaria coercitiva que solidificó el nuevo bloque dominante, encabezado desde entonces por las dos fracciones del capital concentrado: las empresas transnacionales y los grupos económicos locales diversificados.[1]

            A la ilegitimidad de esta dictadura militar, se suma otro aspecto negativo de la guerra: la irresponsabilidad con la que fue conducida. En efecto, los jerarcas que decidieron el desembarco del 2 de abril en las islas, demos-traron en el plano estrictamente militar una incapacidad y una cobardía manifiestas, sumadas ambas a un cruel desprecio por el sufrimiento de los combatientes. En la medida en que su propósito no era recuperar un territorio irredento, sino cohesionar a la sociedad argentina frente al enemigo externo para desviar la atención de la creciente crisis económica y descontento social, la Junta Militar no tomó siquiera la previsión básica de esperar una época del año más apropiada para afrontar un combate en una zona extremadamente fría. Entusiasmada con el masivo respaldo popular, desestimó una solución negociada apenas producido el desembarco –lo que hubiera sido posible con el gesto de dejar una fuerza de seguridad en las Islas [2]– y en cambio envió un enorme contingente de jóvenes soldados con poca preparación con la tarea de esperar largas semanas en trincheras congeladas la llegada de una podero-sísima fuerza militar profesionalizada. En este sentido, no hubo por parte de la conducción de la guerra una estrategia defensiva que, una vez recuperadas las islas, hiciera algo más que esperar pasivamente el golpe para intentar detener-lo; algo claramente desaconsejado por Karl Von Clausewitz, conocido teórico de la guerra. [3] 
            Esta incapacidad para conducir y realizar una guerra convencional no fue casual sino el resultado esperable de unas Fuerzas Armadas que venían siendo formadas en la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”, impulsada por los Estados Unidos en el contexto de la Guerra Fría, y que tenía como objetivo preparar a las instituciones armadas de los países latinoamericanos para enfrentar no ya a un posible enemigo externo, sino al “enemigo interno”, a la “insurgencia” o al “comunismo”, y prestando especial vigilancia no tanto a la frontera exterior, sino a la “frontera ideológica” que protegiera el mundo “occidental y cristiano” del bloque comunista. Esta defensa de la “nación” frente al nuevo enemigo era preparada con los métodos criminales ya citados del Terrorismo de Estado.
            Las mencionadas condiciones negativas –la ilegitimidad de la dictadura y la irresponsabilidad en la conducción de la guerra– no agotan sin embargo el tema de la Guerra de Malvinas, el cual es un fenómeno que excede estos comentarios y amerita otras consideraciones. Y no sólo las amerita; soste-nemos aquí que es necesario avanzar sobre nuevos aspectos que enriquezcan la discusión en torno a este hecho histórico fundamental de nuestra historia contemporánea
            Una de esas reflexiones necesarias es la de los combatientes y el sentido de su experiencia histórica. Porque si todo el discurso que circula sobre el tema se agota en una crítica a la “delirante aventura militar de la dictadura” y al “horror de la guerra”, ¿cuál es el sentido del sacrificio realizado por miles de soldados? ¿Qué pudieron y pueden todavía sentir esos hombres que vivieron una situación tan extrema y dramática –soportada con la representación paliativa de un posterior recibimiento heroico– cuando la sociedad los ignoró a su regreso de las islas y en buena medida los sigue ignorando?
            Sobre esta cuestión, la psicoanalista Silvia Bleichmar advierte que frente al severo trauma físico y psíquico que produce una guerra, el paliativo lo constituye no sólo la contención familiar, “sino el tejido social que reivindica las acciones realizadas, lo cual no se reduce a la victoria esperada u obtenida, sino fundamentalmente a la identificación con los combatientes en el sacrificio realizado.”[4] Consideramos que éste es un punto fundamental de la cuestión. Pareciera que en la Argentina no ha habido un amplio tejido social que reivin-dicara los sacrificios realizados, y menos que propiciase una identificación con los ex combatientes. O bien éstos han sido sospechados de alguna participa-ción en la represión[5] –el caso de los militares jóvenes que entraron en combate–, o bien han sido vistos –los ex conscriptos– como cuasi-mendigos, en algunos casos mutilados, repartiendo autoadhesivos a cambio de unas mone-das en algún tren suburbano. Es decir, o sujetos pasibles de castigo o sujetos dignos de lástima. En ambos casos se trata de figuras marginales y entonces ninguna identificación social es posible con ellos.[6]  
            Según la autora citada, la falta de reconocimiento hacia los combatien-tes a su regreso, fue probablemente una consecuencia del sentimiento de vergüenza de la población por haber apoyado, no el justo reclamo por la soberanía, sino la esperanza de que la recuperación de las islas fuese conducida por un grupo de criminales que a su vez había formado parte del saqueo del país que declaraba defender.
            Pero a la falta de un recibimiento merecido se suma la carencia sostenida en el tiempo de un discurso y una práctica que le dé un sentido histórico a la participación de los combatientes en la guerra, y que genere una corriente de identificación con ellos y sus sacrificios realizados. Hay que encarar, entonces, la tarea de construir un sólido discurso que sea asumido por amplios sectores sociales, que le dé un sentido y rescate ciertos aspectos del sacrificio realizado por los soldados en Malvinas. Un discurso que por ejemplo distinga al combatiente de una institución militar involucrada en el Terrorismo de Estado, el saqueo del patrimonio nacional y la conducción irresponsable de la guerra.[7]
            La gravedad de esta ausencia y la imperiosa necesidad de saldarla se observa en el hecho de que aquella falta es el factor que explica –según esta autora– la gran cantidad de suicidios acaecidos desde la finalización de la contienda entre los ex combatientes. Bleichmar destaca la cuenta pendiente que la sociedad argentina tiene en este aspecto, la cual debería abordar “la restitución de un tejido simbólico que engarce esta experiencia y analice responsabilidades y deudas, generando condiciones que paren el pendular enloquecedor que va de la heroicidad a la inexistencia…”[8]
            A treinta años de la guerra de Malvinas, resulta necesario afrontar la postergada tarea de elaborar ese tejido simbólico, ese discurso articulador capaz de dar algún significado social constructivo a la experiencia de los ex combatientes; para lo cual se hace necesario evitar la repetición de miradas simplistas, equivocadas o interesadas que van desde el pseudo nacionalismo belicista enarbolado por la dictadura y sus adherentes, hasta un discurso antinacional que trata de desprestigiar y abandonar la causa de la recupe-ración de las islas Malvinas. Hay que frenar –como afirma la psicoanalista– el “pendular enloquecedor” que va desde la exaltación emocionada de algunos, al olvido de muchos. Hay que reemplazar ese péndulo infernal por la “restitución de un tejido simbólico”, vale decir, por el intento de darle un sentido histórico a la experiencia y al sacrificio realizado por los ex combatientes de Malvinas, inscribiendo el episodio en una totalidad histórica mayor. En esta dirección intentaremos avanzar en el siguiente apartado.


Los combatientes como defensores del patrimonio nacional

            La Argentina es un proyecto colectivo que en su devenir histórico asumió la forma moderna de Estado-nación, es decir, pasó a controlar un territorio y a ejercer la soberanía en él. Naturalmente que dentro del Estado así constituido coexisten grupos sociales con distintos y a veces antagónicos intereses –regionales, de clase, culturales, etc.– los cuales pugnan por articular una hegemonía capaz de imponer un determinado rumbo o proyecto de nación. El golpe de Estado encabezado por las Fuerzas Armadas el 24 de Marzo de 1976 tuvo el objetivo principal de destruir completamente un proyecto de nación que había alcanzado cierto grado de independencia econó-mica, la nacionalización de sectores estratégicos de la economía y que tenía a los trabajadores y sectores populares como principal protagonista y base social. El Terrorismo de Estado, el salto cualitativo de la deuda externa, la consolidación de un nuevo poder económico concentrado y extranjerizado, y el comienzo de un proceso de desindustrialización, son algunos de los hitos que señalan el camino de la destrucción del proyecto de nación antes mencio-nado.
            La consumación de lo realizado en esta etapa, lo que podríamos llamar el “tiro de gracia” del proyecto colectivo, vendría a partir de 1990, durante las dos presidencias de Carlos Menem y la posterior de Fernando De la Rúa, en las cuales, en pos de una aplicación fundamentalista del neoliberalismo, se enajenó vergonzosamente la totalidad del patrimonio nacional, se profundizó la extranjerización y concentración de la economía, se multiplicó la deuda externa, se liquidaron históricas conquistas sociales, y se buscó una alianza con el imperio norteamericano –y Gran Bretaña– bajo el criterio de las “rela-ciones carnales” con ambas potencias, vale decir, de la violación sistemática de los intereses de nuestro país. Este ciclo finaliza con la rebelión popular de fines de 2001, y luego con la asunción de la presidencia por Néstor Kirchner en mayo de 2003, hecho que marca la apertura de un nuevo ciclo que continúa hasta nuestros días y que, aunque no ha logrado revertir lo sustancial de aquella tendencia a la desnacionalización, ha conseguido modi-ficar algunos de sus aspectos y ha impulsado algunas políticas que responden al interés nacional.[9]  
            A la luz de estas tendencias históricas, salta a la vista lo paradójico del hecho de que las mismas Fuerzas Armadas que actuaron como instrumento de la destrucción de la nación, hayan decidido recuperar, el 2 de abril de 1982, una parte del territorio nacional.
            El territorio es, en efecto, una parte constitutiva del Estado-nación. Es el soporte material sobre el cual se levanta toda la estructura social, política y cultural que corresponde a la realidad nacional. Podríamos decir, entonces, que el territorio es una parte fundamental del patrimonio nacional. Es precisamente el fundamento sobre el cual se asientan los demás bienes que constituyen ese patrimonio. Los recursos naturales, las vías de comunicación, los asentamientos poblacionales, las instituciones educativas, las empresas del estado, toda la economía, las sedes del gobierno, las bases militares, son todos dispositivos que se asientan en el territorio, de manera que es legítimo entender a éste como una parte primordial del patrimonio nacional.
            Dicho esto, podemos afirmar que los combatientes de Malvinas defendieron con sus vidas, con cuerpo y alma, esa dimensión del patrimonio nacional que es el territorio, o mejor, una porción de nuestro territorio largamente reclamada al imperio británico, que la había usurpado el lejano año de 1833, cuando esa potencia era la principal metrópoli ultramarina.[10]
            Hay un momento del análisis de la Guerra de Malvinas en el que debe quedar afuera la consideración de los motivos y la irresponsabilidad del accionar de la Junta Militar, para dar cuenta de  lo que objetivamente hicieron los soldados. Puestos en la contienda, en la trinchera, en la cabina del avión, estos jóvenes defendieron el patrimonio nacional y se jugaron la vida por algo que los trascendía a ellos como individuos, por algo que no era para ellos personalmente, sino para el conjunto, para la nación. ¿Valía la pena que murieran tantos jóvenes-combatientes para recuperar la soberanía sobre las islas en una guerra así concebida? No, no valía la pena. Sin embargo, la misma estaba en marcha, había que combatir y ellos lo hicieron como pudieron, con lo que tenían, y en muchos casos con heroísmo, con valentía, con compañerismo y sobre todo, enfrentando a un enemigo mucho más pode-roso, a un verdadero imperio marítimo que apenas el siglo anterior había sido el dueño absoluto de los mares y que con esta aventura recuperaba sus sueños de grandeza. Frente a este poder militar superior, ellos, nuestros combatientes, fueron los defensores del patrimonio nacional frente al imperio, fueron, asimismo, el Quijote cargando contra los molinos de viento.
            Para calibrar el sentido de la gesta de los combatientes de Malvinas resultan apropiadas las palabras pronunciadas por el actual vicepresidente de Bolivia, Álvaro García Linera, al recordar y considerar los legados de los héroes del Bicentenario de la Paz, pioneros en la lucha contra el imperio español:

[…] ¿Cuál es el tercer legado? La Patria. Fueron hombres que pelearon por lo que hoy tenemos, por la tierra, los recursos naturales, las instituciones, el trabajo, la riqueza, la historia, el orgullo, la dignidad, el porvenir, eso es la Patria. Fueron hombres que pelearon no por intereses particulares, pelearon por algo grandioso, sublime que trasciende la historia, que trasciende los siglos, que se remonta al inicio de los seres humanos y se mantendrá hasta cuando deje de existir los seres humanos, el sentido de pertenencia, de identidad, de un territorio soberano, libre y emancipado.[11]
                                                                             
            Proponemos reconocer a los combatientes de Malvinas en los términos de este discurso, es decir, como hombres que resignaron o debieron resignar sus intereses particulares por defender la patria, el territorio soberano. Retomemos la gesta de los combatientes para recuperar no sólo el territorio soberano, sino también el pleno dominio sobre nuestros recursos naturales, nuestra riqueza y nuestra dignidad.            
                       


* Licenciado en Sociología y Maestro de escuela primaria.
           
Bibliografía citada

- Azpiazu, D., Basualdo,  E. y Khavisse, M.  “El nuevo poder económico en la Argentina de los 80” Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2004.

- Aspiazu, D., Manzanelli, P. y Schorr, M. Concentración y extranje-rización en la economía argentina en la posconvertiblidad.”, Área de Economía y Tecnología del FLACSO, 2011

- Balsa, M. “Guerra de Malvinas. Reflexiones estratégicas y operacionales”, en Cuadernos Argentina Reciente, Nº4, Julio-Agosto 2007

- Bleichmar, S. “Nuestra responsabilidad hacia los ex combatientes”, en Cuadernos Argentina Reciente, Nº4, Julio-Agosto de 2007

- Clausewitz, K. “De la Guerra”, Buenos Aires, Terramar ediciones, 2005.

- García Linera, A. Discurso del ciudadano Vicepresidente de la República Presidente del Congreso Nacional,  Álvaro García Linera en homenaje a los héroes del Bicentenario del departamento de La Paz. La Paz, 29 de enero de 2009

- Trías, V. “Imperialismo y geopolítica en América Latina”, Montevideo, Ediciones el Sol, 1967, pág. 30.[12]



[1] Efectivamente, el última dictadura militar “expresó la confluencia de la fracción diversificada de la oligarquía con la fracción diversificada de aquel capital extranjero que condujo la segunda fase de la industrialización sustitutiva. Ambas fracciones sintetizaron sus proyectos históricos en un nuevo proyecto dominante, que constituyó la base social fundamental de la dictadura militar.” A. Azpiazu, E. Basualdo,  y M. Khavisse, “El nuevo poder económico en la Argentina de los 80” Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2004, pp. 179-180. 
[2] Martín Balsa. “Guerra de Malvinas. Reflexiones estratégicas y operacionales”, en Cuadernos Argentina Reciente, Nº4, Julio-Agosto 2007, pp. 46-47
[3] K. Clausewitz, “De la Guerra”, Buenos Aires, Terramar ediciones, 2005, pp. 247-250
[4] Silvia Bleichmar,  “Nuestra responsabilidad hacia los ex combatientes”, en Cuadernos Argentina Reciente, Nº4, Julio-Agosto de 2007, pág. 175
[5] En este sentido, la valiosa política de reabrir y llevar adelante los juicios contra los autores de los crímenes de Estado de la dictadura militar, impulsada por los sucesivos gobiernos nacionales desde 2003, constituye la posibilidad histórica de condenar a los culpables y así retirar la sospecha generalizada sobre todos los miembros de las Fuer-zas Armadas, entre ellos, algunos ex combatientes de Malvinas.
[6] Es significativo que esas estampas o autoadhesivos elaborados por las agrupaciones de excombatientes, quienes sufrieron directamente los dolores psíquico-físicos de la guerra, intentan siempre transmitir un mensaje de no resignación frente a la causa Malvinas. Tratan de difundir y reafirmar la reivindicación de su pertenencia al territorio nacional, y así, de alguna manera, el sentido del esfuerzo realizado por ellos.
[7] Aquí habría que considerar una situación compleja en la que se entrecruzan ambas situaciones, como es la de los maltratos y vejaciones a la que los soldados fueron sometidos en las islas por parte de sus propios jefes militares. En este sentido, no se puede olvidar que las Fuerzas Armadas como institución se hallaban corrompidas y atravesadas en mayor o menor medida por una práctica correspondiente al terrorismo de Estado. De todas formas, la existencia de jefes militares que maltrataron al soldado-conscripto en las islas, no implica que todos los jóvenes oficiales o sub-oficiales que entraron en combate hayan cometido esos actos lamentables.    
[8] Silvia Bleichmar,  Op. Cit., pág. 177
[9] Una de las principales rupturas de esta última etapa es el fin de la mencionada tendencia a la desindustrialización, lo cual fue posibilitado, entre otros factores, por el mantenimiento de la política de “dólar alto”. Esta recuperación industrial, sin embargo, no se ha profundizado a través de una seria política de desarrollo que atienda las necesidades del sector de fabricación local de bienes de capital. Asimismo, no se ha revertido la situación con respecto a la concentración de la economía y su extranjerización. Por el contrario, la política de juzgamiento a los crímenes de la dictadura, la decisión de nacionalizar los fondos de las AFJP y la política exterior de hermandad latinoamericana y apoyo a los procesos populares de varios países de la región, responde claramente al interés nacional. Sobre el proceso de extranjerización y concentración de la economía, ver: D. Aspiazu, P. Manzanelli y M. Schorr. Concen-tración y extranje-rización en la economía argentina en la posconvertiblidad.”, Área de Economía y Tecnología del FLACSO, 2011, pág. 4.
[10] Vivian Trías. “Imperialismo y geopolítica en América Latina”, Montevideo, Ediciones el Sol, 1967, pág. 30.
[11] Álvaro García Linera. Discurso del ciudadano Vicepresidente de la República Presidente del Congreso Nacional,  Álvaro García Linera en homenaje a los héroes del Bicentenario del departamento de La Paz. La Paz, 29 de enero de 2009. 


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